Era una tarde calurosa de finales de julio. Sólo había pasado un día desde que se acercara al edificio denominado "antiguos comedores " de la Universidad Complutense. Allí , con la congoja anidada en su garganta, se aproximó al listado de admitidos en las distintas facultades. Buscó con el dedo tembloroso: a,b,c,d,e,f,g..... Y allí estaban, sus apellidos, su nombre, su nota y su facultad. Ahora, solo un día después, sus padres le habían llevado a conocer las instalaciones. Estaba desierta en esas fechas, y no podía saber a que correspondía cada edificio; no podía saber que ese bloque era donde realizaría las prácticas de Anatomía y de Patología, o este otro el de Médicas, o aquel donde anestesiaría tantos animales. Desconocía que aquel otro edificio acristalado en lo alto de una colina, era el aulario y la cafetería, donde pasaría tantas horas como en clase. No podía imaginar que el estar ahora allí, le iba a cambiar la vida para siempre; que mas allá de términos y enfer