Sentada en el sofá, con la mirada perdida en unos recuerdos que ya no podía recordar, él la observaba sentado frente a ella, esperando descubrir un brillo de lucidez en esos ojos que en otro tiempo eran cascabeles hechizadores. Con la ternura que se dispensa a los recién nacidos le apartaba el cabello de la frente, para acariciarla la mejilla. Tan solo unos meses antes, aún recobraba momentaneamente la razón para preguntarle entre lágrimas qué le estaba pasando, para instantes después gritarle acobardada "¿Quién es usted? ¿Por qué me tiene aquí ? Quiero que me lleve con mi madre" Ésta que ahora dormitaba ajena a su vida en el sofá no era ya la mujer con la que construyó castillos en la arena de la playa soñando con ir a vivir junto a ella a orillas del mar. Ésta ya no era la mujer con la que corrió por praderas llenas de margaritas, dejándose alcanzar para que ella le abrazara por la cintura, le derribara y le amara bajo el canto de jilgueros y la luz del sol de verano. É