¿Cuántas veces pude besarte y no lo hice?
¿Cuántas pude decirte que te amo?
¿Cuántas veces pude llamarte sin motivo solo para oír tu voz?
¿Cuántas veces merecí tu desamor ?
¿Cuántas te grité en vez de sonreirte?
¿Cuántas veces pude saltar en los charcos agarrado de tu mano , empapados de alegría?
¿Cuántas veces no lo hice?
¿Cuántas veces dejé escapar la vida?
Cuantas veces, cuantas , cuantas veces.
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
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