Cuando eran pequeñas las dos hermanas jugaban con su padre a ver cómo el azúcar era engullido por un buen café espumoso. Lo miraban expectantes entre gritos de júbilo cuando ocurría y el azúcar caía a plomo hasta el fondo de la taza. Ahora , en el tanatorio, muchos años después, lo recordaban como uno de los momentos más felices de la vida, que está hecha de pequeñas y deliciosas experiencias cotidianas.