Es de noche. En la cama, tú duermes. Yo no. Y me asalta el deseo de despertarte con mis labios que se convierten en besos para tu cuerpo. El ritmo de mis lágrimas se acompasan al de tu respiración mientras llego a la conclusión de que no tengo vida suficiente para reparar todo el dolor que te provoqué, para devolverte todo el amor que me regalaste,convencido de que tú eres la razón de que este viaje sea maravilloso. Duermes a mi lado. Y mis manos se detienen a un centímetro de tu cuerpo, decidiendo si se estremecen junto a tu piel o vuelven junto a mí.
Tú duermes. Yo no. Los dos estamos soñando.
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
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