Era una tarde calurosa de finales de Julio. Sólo había pasado un día desde que se acercara al edificio denominado "antiguos comedores " de la Universidad Complutense. Allí , con la congoja anidada en su garganta, se aproximó al listado de admitidos en las distintas facultades. Buscó con el dedo tembloroso: a,b,c,d,e,f,g..... Y allí estaban, sus apellidos, su nombre, su nota y su facultad.
Ahora, solo un día después, sus padres le habían llevado a conocer las instalaciones. Estaba desierta en esas fechas, y no podía saber a que correspondía cada edificio; no podía saber que ese bloque era donde realizaría las prácticas de Anatomía y de Patología, o este otro el de Médicas, o aquel donde anestesiaría tantos animales. Desconocía que aquel otro edificio acristalado en lo alto de una colina, era el aulario y la cafetería, donde pasaría tantas horas como en clase.
No podía imaginar que el estar ahora allí, le iba a cambiar la vida para siempre; que mas allá de términos y enfermedades, allí iba a conocer el amor eterno.
Para él era la vida que empezaba, para sus padres el final de un sueño. Le miraban, ahora lo comprende, desde este lado del puerto, desde el que se ve a los barcos partir en su travesía. Ahora entiende la emoción que debía embriagar sus corazones al ver a su hijo mirando con ojos de recién nacido el universo que colmaría su existencia desde ese momento.
Ella no pudo ver el final del viaje. Mas su hijo no olvidará jamás quien le inoculó la pasión por el bienestar de los animales de compañía.
Él sabe que no podría haberse dedicado a otra profesión con tal felicidad, con tal intensidad.Nada hay que le llene tanto como poder salvar una vida, o investigar las causas de una dolencia. Nada le apasiona más que poder seguir aprendiendo este oficio, acudiendo a cursos como si fuera aun un joven licenciado con todo por aprender. Etiología, sintomatología, fisiopatología, diagnóstico y tratamiento. Este sistemático orden que llena cada día de su vida, estas mágicas palabras son la base de su trabajo y no sería nada si no revolotearan a diario sobre su cabeza.
Mil veces que naciera, mil veces sería veterinario.
Decidió visitar, un tórrido día de agosto , el que fue su barrio de infancia y juventud. Acudió para recordar aquellos parques en los que aprendió a jugar, aquellos bancos donde besó por primera vez. Iba con la intención de recuperar olores, colores, sabores, sensaciones. Las tiendas, los bares, la farmacia, los columpios, la cancha multiusos. Así, observó desde la calle las ventanas de las dos casas que habitó en aquel barrio. De una de las casas sintió salir a su madre una mañana para no volverla a ver jamás. De la otra, sacaron entre su hermana y él a su padre moribundo para acompañarle en su postrero viaje. Hay un lugar estratégico en el aparcamiento de la calle desde el que se pueden ver las dos casas. Pero a los barrios les ocurre como a las personas; no todas envejecen igual. Y tuvo la certeza de que no se trataba de una sensación trasmitida por la canícula. No. Al barrio le faltaba vida. Y eso se palpa. Eso vio en la transformación de las tiendas de alimentación y de los bar
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