El niño que no era hombre decidió dejar de dar cuerda al reloj, vivir siempre en un día llamado hoy. Aunque cayeran una tras otra las hojas del almanaque. Era feliz con el sabor de una tostada de mantequilla, un abrazo, una llamada, las olas del mar besándose los pies, la ausencia de dolor, ver cada día amanecer. El niño que no era hombre sabía que los años acabados en nueve le suponían una transformación desde aquel otro año también acabado en nueve en que nació. Ahora le basta con comprobar que el café sabe a café y que los besos le siguen erizando la piel Disfruta de todos los hoyes que aún nos quedan por vivir. Feliz noche.